«Señor, Tú me examinas y me conoces. Tú sabes cuándo me siento y me levanto. Penetras desde lejos mis pensamientos. Camine o descanse, Tú lo adviertes; todas mis sendas te son familiares. Pues aún no está una palabra en mi lengua, y ya, Señor, la conoces toda. Me aprietas por detrás y por delante, en mí tienes puesta tu mano. Misterioso es para mí este saber; demasiado elevado, no puedo alcanzarlo» Salmo 139:1–6
«Sólo quien ha experimentado su propio pecado, su propia miseria, es capaz de cargar sobre sí una astilla de la cruz de Cristo»
«Ustedes no saben nada, ni se dan cuenta de que les conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación -pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos» Juan 11:49–52